Que el amor es una enfermedad es algo de lo que cada vez estoy más convencido. Lo cual no implica que haga caso omiso de su presunto lado positivo. Pero lo cierto es que es cosa seria, tanto como operar con nitroglicerina: Cuando estamos bajo sus efectos la razón queda eclipsada por las pasiones, y a menudo esto se traduce en percepciones erróneas de nuestra realidad inmediata. Eso por no mencionar el descalabro amoroso, variopinto tanto en naturaleza como en sus consecuencias (aquí l@s hay que lo viven como un resfriado, una gripe o algo mucho peor). Los peores fracasos son, evidentemente, aquellos que te toca en suerte (porque sí, el factor azaroso cuenta aquí, y a veces mucho) sufrir, pero a veces eres mero testigo de otros, y quizás puedes llegar a captar parte de la desazón que llevan pareja.
Todo esto porque esta semana estoy siguiendo la gestación de uno. Uno que afectará previsiblemente (ojalá me equivoque) a dos de mis alumnos. Y os estoy contando todo esto porque en cierto sentido me está afectando.
Una ruptura de una relación que hubiera sido mejor que nunca hubiera tenido lugar. Sí, soy consciente que lo que dejo aquí escrito es muy arriesgado, pero es la impresión, puede que vaga, puede que incorrecta, que tengo.
Una relación desigual, destructiva y destructora. Una relación que contribuyó a construir algo positivo para acto seguido sumirlo en el vil fango. Un fracaso que acarreará consecuencias muy negativas en especial para una de las partes, y que pone en evidencia lo difícil que resulta para algunas personas el hecho de amar. El amor como ese sol capaz de destruir tus alas y precipitarte al abismo. Un abismo para nada poético y muy, muy real. Sí, a veces dan ganas de gritar por la injusticia que de la que es portador el Amor, ese cabrón manipulador y ciego que se ensaña sobre todo con los inocentes.
Esta semana no puedo sino escupirle a la cara. Por todo ese dolor. Por toda esa ira. Por hipotecar el futuro de un crío.
Y por las manchas de sangre en el suelo.
Todo esto porque esta semana estoy siguiendo la gestación de uno. Uno que afectará previsiblemente (ojalá me equivoque) a dos de mis alumnos. Y os estoy contando todo esto porque en cierto sentido me está afectando.
Una ruptura de una relación que hubiera sido mejor que nunca hubiera tenido lugar. Sí, soy consciente que lo que dejo aquí escrito es muy arriesgado, pero es la impresión, puede que vaga, puede que incorrecta, que tengo.
Una relación desigual, destructiva y destructora. Una relación que contribuyó a construir algo positivo para acto seguido sumirlo en el vil fango. Un fracaso que acarreará consecuencias muy negativas en especial para una de las partes, y que pone en evidencia lo difícil que resulta para algunas personas el hecho de amar. El amor como ese sol capaz de destruir tus alas y precipitarte al abismo. Un abismo para nada poético y muy, muy real. Sí, a veces dan ganas de gritar por la injusticia que de la que es portador el Amor, ese cabrón manipulador y ciego que se ensaña sobre todo con los inocentes.
Esta semana no puedo sino escupirle a la cara. Por todo ese dolor. Por toda esa ira. Por hipotecar el futuro de un crío.
Y por las manchas de sangre en el suelo.
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