Ayer, después de ocho años sin pisar su mancillado suelo, volví al campus universitario de la UIB. Lo hice para asistir a la proyección de un documental sobre la figura de Lucio Urtubia, un albañil anarquista que falsificando cheques de viaje puso contra las cuerdas al conocido banco Citibank, actividad que organizaba la CNT en colaboración con la Assamblea d'Estudiants contra Bolonya.
Llegué al campus de la UIB en metro, y nada más salir de la estación se me ocurrió que quitarme los cascos (el último disco de los Chemical) sería lo más apropiado para saborear lo que creía era un "momentazo". Ni diez segundos después volvía a enchufármelos. Sólo con el Salmon Dance podría disfrutar más de mi trayecto hasta el edificio Anselm Turmeda.
Finalizado el visionado del documental, me apresuré a dejar la sala (no me sentía tan anarquista como para quedarme a departir amigablemente con el resto de asistentes, a buen seguro mucho más comprometidos en la "lucha") y volví al Ramon Llull, mi antigua facultad. Feas pintadas contra Bolonya ensuciaban su carcelario perfil de cemento armado, afeándolo todavía aun más si cabe. Carteles de la Assamblea afirmando que ellos no eran responsables de tamaña gamberrada. Tiendas de campaña, cada una con su correspondiente cartel alusivo a la propiedad de la misma, okupando el hall. Era para troncharse, la verdad.
Entré al bar. Las antiguas mesas de mármol habían sido sustituídas por otras de plástico, el caos distributivo de antaño trocado en perfecto orden. El ruido, afortunadamente, era el mismo.
Me di una vuelta por los pasillos, con una amplia sonrisa en mis labios. Los mismos profesores, supurantes de aborrecible, soporífera, caduca magistralidad. La misma biblioteca, ahora con una mayor presencia de portátiles. Los departamentos habían experimentado un cambio en lo concerniente a la asignación de despachos; afortunadamente las viejas glorias seguían manteniendo el suyo (¿verdad, Guerrero?).
Pero lo mejor vino a continuación. El espacio había cambiado. Se habían creado unos y eliminado otros. Había algo más de luminosidad. Y uno de los parkings había sido sustituído por un ridículo descampado de tierra y barro junto al que corría una magnífica carretera. Al otro lado, las mismas cuadras de antaño. No pude evitar acordarme de Regreso al futuro 2. Me sentía como Martin McFly. Y me estuve riendo solo un buen rato. Y ver un parking de bicis de alquiler en la estación de metro ya fue el acabose. El loco que hay en mí salió a pasear la tarde de ayer. Fue genial.
Llegué al campus de la UIB en metro, y nada más salir de la estación se me ocurrió que quitarme los cascos (el último disco de los Chemical) sería lo más apropiado para saborear lo que creía era un "momentazo". Ni diez segundos después volvía a enchufármelos. Sólo con el Salmon Dance podría disfrutar más de mi trayecto hasta el edificio Anselm Turmeda.
Finalizado el visionado del documental, me apresuré a dejar la sala (no me sentía tan anarquista como para quedarme a departir amigablemente con el resto de asistentes, a buen seguro mucho más comprometidos en la "lucha") y volví al Ramon Llull, mi antigua facultad. Feas pintadas contra Bolonya ensuciaban su carcelario perfil de cemento armado, afeándolo todavía aun más si cabe. Carteles de la Assamblea afirmando que ellos no eran responsables de tamaña gamberrada. Tiendas de campaña, cada una con su correspondiente cartel alusivo a la propiedad de la misma, okupando el hall. Era para troncharse, la verdad.
Entré al bar. Las antiguas mesas de mármol habían sido sustituídas por otras de plástico, el caos distributivo de antaño trocado en perfecto orden. El ruido, afortunadamente, era el mismo.
Me di una vuelta por los pasillos, con una amplia sonrisa en mis labios. Los mismos profesores, supurantes de aborrecible, soporífera, caduca magistralidad. La misma biblioteca, ahora con una mayor presencia de portátiles. Los departamentos habían experimentado un cambio en lo concerniente a la asignación de despachos; afortunadamente las viejas glorias seguían manteniendo el suyo (¿verdad, Guerrero?).
Pero lo mejor vino a continuación. El espacio había cambiado. Se habían creado unos y eliminado otros. Había algo más de luminosidad. Y uno de los parkings había sido sustituído por un ridículo descampado de tierra y barro junto al que corría una magnífica carretera. Al otro lado, las mismas cuadras de antaño. No pude evitar acordarme de Regreso al futuro 2. Me sentía como Martin McFly. Y me estuve riendo solo un buen rato. Y ver un parking de bicis de alquiler en la estación de metro ya fue el acabose. El loco que hay en mí salió a pasear la tarde de ayer. Fue genial.
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