Algun@s de vosotr@s ya estaréis al día del trabajo de traducción que realizo en este momento, en algunas de mis horas muertas, a título personal y sin afán de lucro. Si bien toco varios palos, como aquel que dice, a quien le dedico más tiempo es a Byron por aquello que el trabajo es compartido con otra persona, y éso siempre garantiza un poco más de constancia y regularidad comparado con el trabajo individual.
Pero de lo que quería escribir aquí es de la mitificación y del reduccionismo.
Cuando empecé con Byron, apenas había leído nada suyo (la iniciativa de este trabajo fue de la otra persona). La información que de él tenía se limitaba a lo que había asimilado de fuentes indirectas, ya sea de ensayo como de ficción. Con este material construí al fantasma de Byron. Lo reduje. Y ahora, habiendo compartido su vida (al menos una porción de aquella que consideró oportuna legar en su producción literaria) Byron se presenta como lo que realmente fue. La persona.
¿Mitifiqué al hombre en ese proceso reduccionista? Creo que no, si bien sí que le atribuí cierto halo de autoridad y prestigio a un intelectual que había trabajado con este personaje (omitiré su nombre aquí). Hasta que este finde descubrí un hecho que pone en entredicho toda su valía como traductor así como otras cualidades más directamente referidas a su persona. Ese hecho consiste en atribuirse como propia una traducción realizada por otro autor (autora) cincuenta años atrás. Simplemente no podía créermelo, pero las evidencias eran clarísimas. Y ya véis, el tipo cuenta con una reputación intachable en el mundillo intelectual nacional. Pero lo más interesante, en mi opinión, es ese instante breve en el que me empeñé en negar lo innegable. Es curioso (e inquietante) como puede haber gente así, tan hábil en el uso de caretas, tan ducha en la manipulación de los demás.
Pero de lo que quería escribir aquí es de la mitificación y del reduccionismo.
Cuando empecé con Byron, apenas había leído nada suyo (la iniciativa de este trabajo fue de la otra persona). La información que de él tenía se limitaba a lo que había asimilado de fuentes indirectas, ya sea de ensayo como de ficción. Con este material construí al fantasma de Byron. Lo reduje. Y ahora, habiendo compartido su vida (al menos una porción de aquella que consideró oportuna legar en su producción literaria) Byron se presenta como lo que realmente fue. La persona.
¿Mitifiqué al hombre en ese proceso reduccionista? Creo que no, si bien sí que le atribuí cierto halo de autoridad y prestigio a un intelectual que había trabajado con este personaje (omitiré su nombre aquí). Hasta que este finde descubrí un hecho que pone en entredicho toda su valía como traductor así como otras cualidades más directamente referidas a su persona. Ese hecho consiste en atribuirse como propia una traducción realizada por otro autor (autora) cincuenta años atrás. Simplemente no podía créermelo, pero las evidencias eran clarísimas. Y ya véis, el tipo cuenta con una reputación intachable en el mundillo intelectual nacional. Pero lo más interesante, en mi opinión, es ese instante breve en el que me empeñé en negar lo innegable. Es curioso (e inquietante) como puede haber gente así, tan hábil en el uso de caretas, tan ducha en la manipulación de los demás.
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