De lunes a jueves cojo el tren para ir al trabajo. En un principio creía que ocho viajes semanales me darían para bastantes anécdotas que contar pero al poco comprobé que no iba a ser así. De hecho el trayecto, de unos quince minutos, sería de lo más aburrido si no lo aprovechara para leer o escuchar música.
Pero esta semana tuve suerte.
Llegué pronto como de costumbre a la estación intermodal de Palma. Y también como siempre me dirigí hacia el vagón de cabeza (al que llamaría locomotora si no fuera porque es igualito que el resto). Y cuando me disponía a entrar me di cuenta de que las puertas estaban bloqueadas. Extraño. El interior permanecía a oscuras, todos los neones apagados como corresponde al tren que todavía no ha abandonado el andén. Y entonces y para mi sorpresa, empecé a ver manos que salían por las ventanillas superiores. Aquello me recordó un poco los trenes que transportaban prisioneros a los campos de exterminio nazis en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Afortunadamente, "sólo" se trataba de unos pasajeros olvidados por el revisor y el conductor. No os extrañéis, estamos hablando del servicio ferroviario mallorquín...
Pero esta semana tuve suerte.
Llegué pronto como de costumbre a la estación intermodal de Palma. Y también como siempre me dirigí hacia el vagón de cabeza (al que llamaría locomotora si no fuera porque es igualito que el resto). Y cuando me disponía a entrar me di cuenta de que las puertas estaban bloqueadas. Extraño. El interior permanecía a oscuras, todos los neones apagados como corresponde al tren que todavía no ha abandonado el andén. Y entonces y para mi sorpresa, empecé a ver manos que salían por las ventanillas superiores. Aquello me recordó un poco los trenes que transportaban prisioneros a los campos de exterminio nazis en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Afortunadamente, "sólo" se trataba de unos pasajeros olvidados por el revisor y el conductor. No os extrañéis, estamos hablando del servicio ferroviario mallorquín...
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