Sin embargo, el reduccionismo impera por doquier. Sólo lo útil merece la pena ser conocido.
Por si no fuera poco, nos pasamos la vida construyendo paraísos artificiales.
Acabamos por creernos esas vanas ilusiones y acabamos viviendo en ellas.
Somos el tahur más idiota que ha visto el mundo.
Bienaventurados aquellos que no se reconocen en estas líneas, porque suya será la mayor de las dichas. Y quizás el reino de los cielos.
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