viernes, 19 de diciembre de 2008

El último y glorioso alzamiento

Hace tiempo, in the days of old, viví en Santander.
Era (y creo que sigue siéndolo) una ciudad bonita para el turista o el visitante ocasional, si bien para aquellos que vivíamos allí la percepción era ligeramente diferente. A las promenades, los cuidados jardines, las interminables playas, el recinto del Palacio de la Magdalena... se oponían las calles de edificios viejos (uno de ellos se vino abajo recientemente) del núcleo "antiguo" (que en el caso de Santander no lo es tanto, ya que la ciudad se incendió a finales del XIX después de que explotara un barco polvorín, el tristemente célebre Cabo Machichaco, que estaba anclado en su puerto) así como zonas deprimidas (en la parte alta y cerca de los antiguos astilleros). Y una de las cosas que sin duda alguna afeaban la plaza principal, al menos en mi opinión de zagal ignorante, era una estatua ecuestre de Franco.
Era una copia de las estatuas que en Valencia primero y en Madrid después se acabaron retirando, y la última que de semejante personaje restaba en pie en un espacio público nacional (con la excepción de Melilla, que todavía conserva al parecer una del dictador, si bien ya no es ecuestre sino pedestre).
Y si hablo en pasado es porque hoy, en el Público, la portada presentaba una foto de la susodicha, si bien en torno a ella unos obreros se afanaban por retirarla de su pedestal. Todavía cubierta por excrementos de palomas, tal como la recordaba que estaba hace catorce años.
Sin duda alguna ahora Santander presentará un aspecto más decente.

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