miércoles, 29 de septiembre de 2010

Huelga General

A falta todavía de comprobar el alcance de la huelga general a nivel nacional, la impresión facilitada después de pasear esta mañana por Palma ha sido, en tanto que huelguista, descorazonadora: La normalidad ha sido y es la tónica a pie de calle. Los comercios, salvo muy contadas excepciones, han abierto sus puertas, ya sea pequeñas empresas como grandes superficies. Los bancos presentan una imagen de evidente normalidad. La práctica totalidad del personal administrativo de la Conselleria de Educació parece haber acudido a trabajar. Las paradas de autobús no registraban aglomeraciones.
Entonces, paseando en bicicleta por el centro de la ciudad, me han venido a la cabeza unas palabras que me dijo mi padre hará dieciocho años, a raiz de la huelga general de 1992, que fue más bien un fracaso. Mi padre, recordando la huelga previa, la de 1988, que consiguió paralizar el país y que el gobierno negociara, me insistió en que tuviera cuidado al salir a la calle. Por si se daba alguna situación violenta. En Santander, por aquel entonces, los trabajadores de los astilleros todavía tenían fuerzas, aunque mermadas considerablemente, y más que razones para protagonizar algo de jaleo.
Luego me viene a la memoria las recientes protestas en Grecia. Así como titulares de algunos periódicos alarmando a la población sobre posibles réplicas en nuestro territorio.
La comparaciones no dejan de ser odiosas.
Como educador, me pregunto qué les estamos enseñando a nuestros hijos con esta huelga. ¿Que el gobierno puede actuar a su antojo y que la objeción de conciencia, la protesta, están derrotadas antes de que tengan lugar? ¿Que lo único que cuenta es la resignación? Tiemblo de pensar en lo que está por venir. Y no sólo nos lo tendremos merecido, sino que además no tendremos derecho alguno en protestar entonces. Nuestro silencio nos ha condenado.

martes, 11 de mayo de 2010

Nueve vidas


Nueve vidas de mujer. Nueve episodios anecdóticos que se acaban entrecruzando para darnos a entender que todos formamos parte de una unidad.
Una presidiaria, una mujer embarazada que se tropieza con un antiguo amor en el súper, una joven de prometedor futuro pero que debe resignarse a cuidar de su padre inválido, una esposa que harta de su insatisfactorio matrimonio se plantea engañar a su marido, una viuda y su hija pequeña, una enferma de cáncer de mama a punto de ser operada... son algunos de los personajes que desfilan a lo largo de esta película pequeña pero que habla de grandes cosas, alternando las alegrías y tristezas que constituyen el sempiterno fluir de la vida.

Lo mejor:
- El episodio del súper.
- Grandes interpretaciones.
- La variedad de las relaciones personales presentadas.
- Comprobar que con pocos recursos todavía pueden rodarse grandes películas (bueno, ésta es del 2005, mucho han cambiado las cosas recientemente).
- La cámara en los planos continuos.
- La sensación de curiosidad que invade al espectador al abordar cada nueva escena por lo que respecta a lo que va a averiguar de los personajes.

Lo peor:
- La artificialidad de algunos episodios.

Para más información, clickar aquí.

domingo, 2 de mayo de 2010

Cthulhu (2007): Welcome home.. to the end of the world

Cthulhu (2007) es la enésima adaptación a la pantalla grande (aunque aquí nunca se ha estrenado en este formato) del universo creado por el escritor norteamericano H.P. Lovecraft, del que creo que os sonará de algo.



A favor:

- El rodaje en escenarios naturales y la fotografía.
- Intentar incorporar un componente dramático, el derivado del conflicto que experimenta el protagonista entre su homosexualidad y el rechazo por parte del pater familia, así como la inclusión del tema de la identidad personal, aspecto éste que vendría a concretarse en una discutible interpretación donde homosexualidad y freakismo se correlacionarían.
- Los guiños al universo lovecraftiano.
- Pone al espectador nervioso por momentos.
- Algunos aciertos iconográficos.
- Una perspectiva que intenta huir de los planteamientos de serie B de otras producciones similares (aunque se quede en declaración de intenciones en última instancia).
- Cthulhu no sale corriendo en cámara lenta cual vigilante de la playa (éste es para tí, Jaime). O sea, que se juega más a sugerir que a mostrar cosas chungas, lo cual viene a respetar el espíritu original.
- El homenaje a In the Mouth of Madness, de John Carpenter.
- Tori Spelling zorreando como sólo ella sabe hacer.


En contra:

- Guión endeble, concebido como sucesión de anécdotas faltas de coherencia (cuando no son directa y simplemente disparatadas).
- Quien mucho abarca poco aprieta: El guión plantea demasiados temas sin profundizar en los mismos ni conseguir resolverlos de forma mínimamente aceptable.
- Personajes poco o nada creíbles.
- La falta de credibilidad de los personajes se hace extensible a las actuaciones de los actores: ¿Es una actuación desastrosa o es fruto de la enajenación mental propia de un sectario?
- Ritmo tremendamente irregular.
- Efectos especiales propios de un amateur.

Resolución:

Para incondicionales del autor de Providence. Como mucho (o sea, no me busquéis si, aun reuniendo el requisito, no os gusta). Si no os aburre ya será todo un logro.

lunes, 1 de febrero de 2010

El Efecto Adelaida. Los Chicos de la Tierra.

Lo reconozco aquí y ahora, y por tanto públicamente: Hace falta muy poco para ilusionarme y hacerme saltar, cual resorte, en un maelstrom de dedicación y actividad. Pero tras leer la declaración de principios del proyecto Alerta Pingüina no puedo sino reconocer que muchos otros, sin duda más reticentes y/o remolones, sucumbirían a sus encantos.
Valga esta diatriba como introducción a este pequeño librito (diminutivo que sólo se le puede aplicar con propiedad a su formato) que ha caído en mis manos y que firman Carlos Pons Olivares, escritor integrante de esta guerrilla urbana cultural pero sin boinas que es Alerta Pingüina, y Alejandro Xamena, que habiéndose encargado del diseño y la maquetación ha obtenido un resultado de lo más "cuco".
El Efecto Adelaida. Los Chicos de la Tierra es la primera parte de una historia serializada que me atrevería a encuadrar dentro del género de la ciencia ficción, y que participa de ese espíritu alegre y comprometido que orienta el proyecto bajo cuya ala se cobija. Un ideario en buena parte revolucionario que persigue la difusión artística y cultural en todas y cada una de sus posibles expresiones, imbuído de un espíritu que casi me atrevería a describir como lúdico y con la voluntad de llegar al mayor número posible de receptores. La calle se convierte, así, en el campo de batalla para estos chicos y chicas que buscan despertar y agitar conciencias a la par que hacer pasar un buen rato a quienquiera que decida prestarles atención.
Los Chicos de la Tierra es el primero de un total de cinco volúmenes que componen la serie y que es de esperar que antes o después vean la luz, aunque sea echando mano de la autoedición como es el caso que nos ocupa.
Hacía tiempo que no disfrutaba tanto leyendo algo, y por disfrutar me refiero a una explosión de carcajadas que amenaza con desencajar tu mandíbula. ¿Acaso reconozco aquí algo así como la mano sutil del novelista fantástico Terry Pratchet a la que se podría añadir unas gotas del humor surrealista del grupo Monty Python? Pero que estas líneas no os lleven a engaño; Carlos Pons tiene un estilo personal propio, simple aunque muy efectivo, que se auna con una historia que atrapa la atención del lector desde la primera página, que se desarrolla a buen ritmo, depara algunas sorpresas y acaba por generar un interés patente que pervive una vez finalizada su lectura. Vamos, que no es moco de pavo.
¿Pero de qué coño va? Um, podría hablaros de paradojas multidimensionales, el descubrimiento de lo que de verdad significa el Amor, una revolución vital en contra de un sistema apático y monocromo, Hombres-Hongo, Bestias maullantes y así un largo etcétera. Apuesto a que os habéis quedado igual. ¿Acaso creíais que os iba a contar algo más? Amos, anda! Pringaos un poco, salid a la calle y buscad una copia, gratuíta para más señas (seguro que este adjetivo os termina de decidiros). Se dice que hay copias repartidas por diversos lugares.. la UIB, Gotham Còmics, Tunnel, el Guirigai... y si la caza y captura de libros no es lo vuestro siempre podéis poneros en contacto con Alerta Pingüina.

martes, 5 de enero de 2010

La espada del destino

Hay momentos en que sucumbes a la debilidad. Te dices, necesito leer algo susceptible de encajar, sin desentonar, en el mobiliario de mi cuarto de baño. Que haga juego con el papel de váter, y que se consuma como tal. Es entonces cuando yo personalmente acudo al género fantástico. Y qué mejor ejemplo que un libro cuya contraportada comience por “La vida de un brujo cazador de monstruos no es fácil”.

Adivino vuestras intenciones. Sí, algun@s de vosotr@s os oléis de qué estoy hablando, y no puedo mentiros, sí, habéis acertado. Voy a hablaros de la saga de Geralt de Rivia. Ése brujo. Pero no os llevéis a engaño, que todavía puedo sorprenderos; tan sólo tened un poco de paciencia y continuad leyendo. O enviadme a tomar por culo. Como gustéis.

Me decía (y decía) yo...Vamos a leer algo insustancial, literatura popular de consumo fácil y rápido olvido. Y como no hacía mucho que había leído con agrado The Last Wish, primer libro de la saga escrita por el polaco Andrzej Sapkowski, se me ocurrió que, por qué no, seguir con el segundo libro podía resolver satisfactoriamente antojo. Lo cual pasaba por acudir a su edición castellana habida la dificultad de conseguir una copia de la inglesa.


La contraportada pintaba bien, y si pasabas por alto las típicas reseñas que alababan su calidad literaria poco habitual en lo que respecta a la norma del género fantástico, el libro prometía lo que, en definitiva, estaba buscando. Oséase, aventuras de capa y espada, y un puntillo de testosterona. No me miréis así, de tanto en tanto es de lo más sano.

Total, que voy picoteando de sus seis narraciones cortas y en menos de una semanita me lo acabo de ventilar. Y me quedo con cara de tonto.Porque no sólo me lo he pasado en grande leyéndolo, sino que no he encontrado prácticamente nada de lo que en principio creí poder encontrar entre sus páginas (y creedme, al final sacudí un poco sus hojas, incrédulo, a ver si la presunta testosterona se había quedado enganchada en algún sitio, pero nah).

¿Por dónde íbamos? Ah, sí.. ¿a qué se debió mi cara de tonto?

A veces una traducción (buena) obra milagros, y La espada del destino es un ejemplo paradigmático. Jose María Faraldo, cuyo nombre, incomprensiblemente, no aparece en la portada del libro, se encarga de adaptar la encomiable labor que realiza Sapkowski a la hora de expresar el lenguaje popular y coloquial polaco (todo ésto según la crítica especializada, no vayáis a creer ahora que conozco este idioma), a la par que refleja una evidente riqueza de vocabulario cuyo resultado nos remite a nuestra propia rica tradición literaria. De hecho uno no puede sino constatar ecos de la literatura picaresca del siglo XVII. Por cierto, ¿alguien tiene un diccionario de castellano a mano? Pero no, no me malinterpretéis. La espada del destino sigue siendo literatura popular, y por tanto su lectura no da lugar a especiales problemas de comprensión, aunque a más de un lector pueda confundir en un principio por lo poco habitual de su propuesta.

Y siguiendo con el lenguaje, Sapkowski revoluciona en este aspecto el género, pues es partidario de utilizar un enfoque actual, directo, que poco o nada tiene que ver con los grandes clásicos; la alusión no es gratuita, habida cuenta que su nombre empieza a ser equiparado a la labor llevada a cabo en los cuarenta del siglo pasado por J.R.R.Tolkien, comparación que en mi opinión sólo se reduce a su magna (tiempo al tiempo) contribución al género. Cierto que leer a Sapkowski pasa por visitar un mundo que, en cierto sentido, recuerda al del Señor de los Anillos (presencia de elfos, enanos y demás mandangas) pero desde mi punto de vista diría que me recuerda mucho más a la Europa del medievo y época moderna, acaso pasándolo por el tamiz de la historia eslava, ámbito del que Sapkowski parece ser todo un entendido y que, dicen por ahí, se pone de manifiesto en una trilogía a caballo entre el género histórico y el fantástico que tiene como escenario las guerras husitas del XV. Por otro lado, la saga de Geralt de Rivia se halla impregnada de un evidente materialismo que se contrapone, abiertamente, al maniqueísmo cristiano de Tolkien y derivados, obsesionados con el sempiterno enfrentamiento entre los conceptos del Bien y del Mal.

Pero dejémonos de comparaciones odiosas que no vienen a cuento de nada y retomemos el hilo de la aquella cara de gilipollas que os decía se dibujó en mi rostro..

Si en The Last Wish Geralt, nuestro “brujo cazador de monstruos” (jojo, no es genial?), apenas era una excusa para presentar una reinterpretación de cuentos de la literatura clásica infantil, en La espada del destino Sapkowski empieza a desarrollar el personaje, aspecto éste que apenas se esbozaba en el primer libro. Geralt sobrepasa así esa faceta de mera espada al servicio del débil (generalmente por un precio) para dejar traslucir los conflictos emocionales (y ocasionalmente, éticos) que no sólo debiera haber dejado atrás, en función de un proceso formativo del que apenas se habla pero que se intuye terrible, sino que le acompañan en todo momento en su vagabundeo. Esa chispa de humanidad que se agita cuando no se revuelve furiosamente en su interior se contrapone a la idea que Geralt tiene de sí mismo, pues se cree diferente respecto a los demás. Motivos no le faltan, pues su aprendizaje le reportó una serie de efectos secundarios necesarios que ponen en evidencia su singularidad, atributos que hasta cierto punto y quizás pecando de exageración podrían ser asimilables a los que podría poseer alguno de los monstruos a los que da caza. Sí, la situación de Geralt no es envidiable, y ante ella pocas salidas caben esperarse siendo acaso la soledad auto-impuesta la más cabal (lo cual no quita que nuestro protagonista disfrute de la compañía ocasional de algún paria de la sociedad, o lo que es lo mismo, el juglar nómada o el elfo condenado a desaparecer en un mundo donde el hombre parece dispuesto a erradicar cualquier forma de vida o costumbre que desafíe su sistema de valores).

Puede dar la impresión que la lectura de esta Espada del destino no es amable. En efecto, la visión que ofrece de Geralt dista mucho de la presentación llevada a cabo en el primer libro, estando esta última teñida por la desesperanza, la nostalgia y la tristeza, centrándose sobre todo en sus aventuras (y sobre todo, desventuras) amorosas, a la par que le sitúa entre las rémoras de un mundo antiguo cuyos días están contados ante el avance imparable de una humanidad que no repara en obstáculo alguno para asegurar su posición preeminente en el esquema natural de las cosas. Y volviendo al tema de los líos de faldas de Geralt, una de las novedades de este libro es la profundidad con que se ahonda en el personaje de Yennefer de Vengenberg, la hechicera en la que Geralt encuentra no sólo un igual sino también un amor que arrastrará inmisericordemente a nuestro brujo, desde la cúspide del éxtasis a insondables simas de locura y desesperación. Pero Yen (provoquémosla usando el diminutivo) no resta como único personaje femenino de peso, a la par que hábil contrapunto a la figura del brujo. Aquí Sapkowski se desvela como un maestro de la caracterización, capaz de conmover al lector con personajes apenas abocetados, tales como la trovadora Essi Daven.

Ahora bien, no sólo de tragedia se alimenta el lector de esta saga, pues la alternancia entre drama y comedia es una constante, y este segundo libro no podía ser una excepción. Fuego eterno, el tercer relato, es un claro ejemplo de ello, y uno de los mejores añadiría (no os extrañéis si no podéis parar de reir al leerlo).

En fin, una excelente y conmovedora continuación para una saga que adquiere consistencia y que deja con ganas de no leer sino devorar el tercer libro, La sangre de los elfos.


Porque hay gente que sí sabe hacer reseñas (y no como el menda). Clicka aquí para satisfacer tu curiosidad o encontrar otro motivo para leer a Sapkowski.


domingo, 25 de octubre de 2009

Aaarrghh!!! La guía del cine de terror y fantástico que deberías tener..

A veces, de hecho en contadas ocasiones, las cosas salen bien. Ayer por la noche fue un claro ejemplo.
El hecho, la presentación de un libro, escrito por Juan Carlos Ortega, quien regenta la palmesana cervecería Valhalla, y Raúl Toral. Ambos decidieron presentar su criatura, una mastodóntica guía del cine de terror y fantástico bautizada como Aaarrghh!!!, en dicho local, ayer por la noche.


La presentación pronto acabó derivando en una tertulia con la que los asistentes disfrutaron, repleta de anécdotas que dejaron entrever el cariño que los escritores sienten no sólo por un género cinematográfico sino por el medio en sí, desde la perspectiva rayana en lo mágico de la que sólo son capaces las generaciones para las que acudir al cine, aquellas míticas salas que paulatinamente han visto cómo se iban cerrando sus puertas, era todo un ritual y no una mera rutina consumista llevada a cabo en alienantes mega-centros comerciales.
El libro, imprescindible guía para cualquier fan de este género, y creedme cuando os digo que en esta afirmación no asoma gratuidad alguna, aborda cerca de un millar de películas y, a diferencia de otros títulos existentes en el mercado, se reseñan todas ellas, lo cual explica las casi setecientas páginas de las que consta dicho volumen. Otra singular característica que desmarca este libro de otros existentes en el mercado es la aproximación de "fan" que se usa para reseñar cada film, lejos del gafapastismo que se desprende de otras obras, enfoque que no va reñido con una falta de documentación, lo cual resulta en una lectura rigurosa, a la par que amena y divertida (cuando no desternillante).
El cariño por el cine y ,concretamente, por el género de terror, es otro de los alicientes para leer un libro repleto de información que a buen seguro el especialista sabrá apreciar. Y es que detrás de Aaarrgh!!! subyace toda una manera de entender el cine, alejada del efectismo infográfico y la insulsez creativa de hoy en día, y que apuesta por la artesanía y creatividad de unos profesionales injustamente olvidados y que hicieron posible esa magia que nos maravilló como espectadores.
La tirada de Aaarrgh!!! es limitadísima, apenas ochenta copias autoeditadas y cuyo precio, 25 euros, va destinado íntegramente a sufragar los costes de una edición de, como ya se ha dicho, cerca de setecientas páginas, que además incluye numerosas fotografías, tanto en blanco y negro como en color.
Os dejo con el texto de contraportada:

Los autores -que no leyeron El código Da Vinci- nos traen un recorrido por lo más destacado y también lo más casposo del cine de terror y fantástico, desde sus orígenes hasta la actualidad, a lo largo de 950 títulos pertenecientes a una veintena de países.
Unas páginas en las que tienen cabida pollos radiactivos, vampiros travestidos, bebés mutantes, zombies mendigos, dinosaurios de cartón, psicópatas eléctricos, hombres lobo universitarios, musarañas letales, caníbales gallegos, galletas asesinas, aliens calenturientos, espíritus lascivos, hombres pulpo, orgías necrófilas,... y un sinfín de recuerdos para todas esas generaciones que crecieron con este tipo de cine.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Angouleme y el Hospital de Silent Hill

Ningún fan comiquero hubiera dejado pasar la oportunidad de visitar Angouleme, población francesa que acoge una de las ferias anuales más importantes de la industria. Así que en el largo camino hasta la frontera decidí desviarme un poco del camino y hacer un alto en "Angulema".
Las cosas no empezaron muy bien... El albergue de juventud resultó estar más lejos que lo indicado en la guía oficial de auberges de Francia: de 600 metros a unos 2 kms. Llegar no fue fácil, pues el pequeño mapa de la guía, apenas un boceto, no se correspondía con la realidad. A éso había que sumar que encontré un cartel que, aunque señalando una dirección, había sido doblado por medios manuales para señalar otra, y aunque había aprendido de la experiencia que hay que hacer caso siempre a estas "señales" (nunca mejor dicho), en este caso las obras públicas de verano, de las que Angouleme no se había librado, habían cortado las escaleras que salvaban el río Charente y que llevaban hasta la isla donde se encontraba el albergue (Île de Bourgines), lo cual me obligó a efectuar un rodeo.
Ahora bien, el paraje donde se encontraba el sitio donde todavía no sabía si iba a encontrar cama libre era digno de mención. La isla acogía un parque, así como diversas instalaciones deportivas, entre ellas un centro de piragüismo.
Pero las dificultades no habían acabado: el albergue estaba cerrado cuando debería estar abierto según lo estipulado por la guía, y un letrero escrito a mano decía algo de que ese día la recepción cerraría sus puertas antes de hora. Por otro lado, otro letrero, garabateado, rezaba que el hostal cerraría sus puertas en dos días y por espacio de una semana, lo cual era de lo más extraño, pues generalmente estos centros nunca cierran, salvo acaso uno o dos días al año.
Eché mis mochilas al suelo y me acomodé para pasar la hora y media que restaba hasta que alguien, supuestamente, viniera a abrir. En ese tiempo pasó algo extraño. Una comitiva de coche y dos camiones militares entraron en el parking del albergue y se perdieron en la parte de atrás del edificio. Volverían media hora después, deshaciendo el camino por el que habían venido.


A la hora y cuarto llegó un motorista, que dejó su 125 en la rampa de minusválidos acondicionada para entrar en el edificio, entró su código numérico y desapareció en el interior. Al poco aparecería, cambiado de ropa: camiseta, bermudas vaqueras, sombrero de paja y descalzo. Le acompañaba un viejo labrador cuyos ojos estaban inyectados en sangre y que respondía al nombre de Didí. El tipo afirmaba no hablar ni inglés ni castellano, como que tampoco funcionaba el datáfono para pagar con visa. Aun así el precio del hostal era realmente barato, unos 12 euros por noche, que incluía cama y sábanas en una habitación con espacio para seis personas, lo cual suponía la opción más fácil (y barata) para pernoctar en la "ciudad del cómic". Cuando subí al primer y único piso del hostal no podía creerlo: un pasillo tipo hospital comunicaba todas las habitaciones; apenas había iluminación aquí, y el calor era insoportable. Aquel hostal parecía sacado de Silent Hill. Me pregunté qué aspecto presentaría a la noche, y no pude sino sentirme un poco intranquilo.
Cuando abrí mi habitación (la once, número pintado a lápiz sobre la puerta), creía haberme equivocado, pues lo primero que vi fue una hilera de lavabos con un espejo corrido, ¿me había dado la llave de un baño? Para mi sorpresa era una habitación donde el baño estaba a la entrada. Y la verdad es que no pintaba mal. No habrían barrido en bastante tiempo, pero lo demás era "correcto", y además desde mi ventana se veía (y oía) el río. Deseché todas mis posibles inquietudes y salí a explorar la ciudad.
Angouleme resultó ser una ciudad pequeña, feucha y con pocas cosas que ver donde el cómic parecía ser una mera forma de embellecimiento de fachadas y un reclamo turístico con escasa significación real. No vi ninguna librería especializada, tan sólo una sección, importante para los criterios de aquí, de la librería general de unos grandes almacenes (en los Campos de Marte). Y a las 19:00 el centro de la ciudad se vaciaba por completo de gente, una vez cerraban las tiendas.
A éso de las 21 resolví volver al albergue. Para ello opté por tomar la ruta más corta, que suponía cruzar una zona de suburbios que descendían desde el centro de la urbe hasta el río, y que estaba constituída por almacenes abandonados, fincas clausuradas de sucias fachadas y calles prácticamente desiertas (en veinte minutos sólo me encontré a dos personas, y una de ellas estaba en un balcón).
Île de Bourgines no presentaba un aspecto más halagüeño. Accedí por unas escaleras que bajaban desde el puente de hormigón que usan los coches para pasar de una orilla a otra del río, un lugar perfecto para acoger a una banda callejera. Desde allí pasé al parque, completamente desierto a esas horas. Empezaban a encenderse las farolas del paseo de gravilla que bordea la orilla del río. Y llegué al albergue.
La primera señal invitaba a ser precavidos: la puerta de entrada estaba abierta (a la mierda el teclado digital numérico de seguridad). Tras ella, el espacioso hall, a oscuras, tan sólo iluminado por el resplandor rojizo de una lámparilla de mesa que se entreveía detrás de la ventanilla de recepción, ahora cerrada. La lámpara iluminaba un pequeño espacio circular en cuyo centro reposaba un bote de ketchup. Silencio. El calor seguía siendo insoportable, casi parecía que alguien hubiera conectado la calefacción en pleno verano.


Eché un vistazo a las escaleras. No había interruptor de la luz: se confiaba en la claridad que pasaba a través de las cristaleras de la planta baja. Silencio. Joder, ¿era la única persona que se hospedaba en el hostal? Pensé en la nota que decía que la recepción cerraría antes de hora aquel día.. el dueño debía estar en Angouleme. Mierda. No podía creerlo, parecía encontrarme completamente solo en aquella isla..
El pasillo superior mostraba un aspecto aterrador. No podía dejar de pensar en Silent Hill. Me daba la sensación de que una vez girara las puertas de doble hoja que separaban las secciones del pasillo me encontraría con alguna enfermera sin rostro y un bisturí oxidado en la mano. No tuve esa (mala) suerte. Me recibió un ruido, proveniente de la habitación enfrente de la mía. Me detuve en seco, mientras miraba la puerta. Clack, clack, un seguro descorriéndose. La puerta se abrió, saliendo un hombre en torno a los sesenta que debió creer que yo era otra persona (luego intuí que esperaba encontrar al dueño). Me saludó y volvió a meterse en su habitación. Yo hice lo propio, y para mi sorpresa comprobé que la amplia habitación iba a ser sólo para mí. Vaya sitio extraño..


Algo más tranquilo al saber que había alguien en el edificio fui al baño. El de hombres se encontraba cerrado, así que opté por el de mujeres. La buena noticia es que la luz funcionaba y no tenía una pinta especialmente asquerosa. La mala es que no había papel. De hecho no había papel en todo el edificio. Di gracias a las servilletas de un kiosco-panadería que me dieron con el bocata de la mañana y que había decidido conservar.
Bajé a la planta baja, visitando el comedor, donde se encontraba mi vecino, que había encendido un pequeño televisor. No había sonido. Todo estaba a oscuras. El tipo no me prestó ni tan siquiera una mirada así que, viendo que tenía pocas ganas de hablar, volví al hall, donde me encontré los otros dos huéspedes del hostal, ocupados en buscar al dueño que no aparecía por ningún lado. Cansado del día y de la situación volví a mi habitación, donde acabé asegurando la puerta al desconfiar del seguro. Didí empezó a ladrar entonces, preso como se encontraba en recepción.
Reconozco que me emparanoié un poco los momentos previos a irme a dormir. Estaba especialmente atento a cualquier ruido, por nimio que fuese, y al poco empecé a pensar que sería "divertido" contemplar la posibilidad que, además de las cuatro personas que presuntamente nos hospedábamos allí, cada cama libre estuviera ocupada por algún alma en pena presa en aquel infierno. Esa noche dormí con el cuchillo bien a mano.
Pero poco pude dormir. A las dos horas Didí me despertó. Parecía que estuviera a mi lado, de ahi el sobresalto con el que salí del sueño. Luego comprendí que había salido fuera (o sea, el dueño había regresado) y que se había apostado en el parking, posición desde la que ladraba a cualquier coche que se detuviera en las proximidades. Didí resultó ser un perro muy celoso, y comprendí que a la mañana siguiente me las tendría que ver con él.
Y así fue. Nada más abrir la puerta a las 6:30 Didí apareció fuera y al poco empezó a ladrar. Pero eché a andar, rehuyendo su mirada. Cuando creía que me había librado de él cometí el error de girarme y comprobé que estaba allí, a medio metro de mi espalda. Didí me siguió, ladrando de tanto en tanto, hasta la vía que salvaba el Charente, momento en que decidí que ya había ido demasiado lejos y me enfrenté a él. Sorprendentemente me hizo caso a mi primera orden, y a la segunda ya estaba desandando el camino en dirección al hostal. ¡Didí sabía catalán! Me había seguido por espacio de unos 400 metros...