martes, 5 de enero de 2010

La espada del destino

Hay momentos en que sucumbes a la debilidad. Te dices, necesito leer algo susceptible de encajar, sin desentonar, en el mobiliario de mi cuarto de baño. Que haga juego con el papel de váter, y que se consuma como tal. Es entonces cuando yo personalmente acudo al género fantástico. Y qué mejor ejemplo que un libro cuya contraportada comience por “La vida de un brujo cazador de monstruos no es fácil”.

Adivino vuestras intenciones. Sí, algun@s de vosotr@s os oléis de qué estoy hablando, y no puedo mentiros, sí, habéis acertado. Voy a hablaros de la saga de Geralt de Rivia. Ése brujo. Pero no os llevéis a engaño, que todavía puedo sorprenderos; tan sólo tened un poco de paciencia y continuad leyendo. O enviadme a tomar por culo. Como gustéis.

Me decía (y decía) yo...Vamos a leer algo insustancial, literatura popular de consumo fácil y rápido olvido. Y como no hacía mucho que había leído con agrado The Last Wish, primer libro de la saga escrita por el polaco Andrzej Sapkowski, se me ocurrió que, por qué no, seguir con el segundo libro podía resolver satisfactoriamente antojo. Lo cual pasaba por acudir a su edición castellana habida la dificultad de conseguir una copia de la inglesa.


La contraportada pintaba bien, y si pasabas por alto las típicas reseñas que alababan su calidad literaria poco habitual en lo que respecta a la norma del género fantástico, el libro prometía lo que, en definitiva, estaba buscando. Oséase, aventuras de capa y espada, y un puntillo de testosterona. No me miréis así, de tanto en tanto es de lo más sano.

Total, que voy picoteando de sus seis narraciones cortas y en menos de una semanita me lo acabo de ventilar. Y me quedo con cara de tonto.Porque no sólo me lo he pasado en grande leyéndolo, sino que no he encontrado prácticamente nada de lo que en principio creí poder encontrar entre sus páginas (y creedme, al final sacudí un poco sus hojas, incrédulo, a ver si la presunta testosterona se había quedado enganchada en algún sitio, pero nah).

¿Por dónde íbamos? Ah, sí.. ¿a qué se debió mi cara de tonto?

A veces una traducción (buena) obra milagros, y La espada del destino es un ejemplo paradigmático. Jose María Faraldo, cuyo nombre, incomprensiblemente, no aparece en la portada del libro, se encarga de adaptar la encomiable labor que realiza Sapkowski a la hora de expresar el lenguaje popular y coloquial polaco (todo ésto según la crítica especializada, no vayáis a creer ahora que conozco este idioma), a la par que refleja una evidente riqueza de vocabulario cuyo resultado nos remite a nuestra propia rica tradición literaria. De hecho uno no puede sino constatar ecos de la literatura picaresca del siglo XVII. Por cierto, ¿alguien tiene un diccionario de castellano a mano? Pero no, no me malinterpretéis. La espada del destino sigue siendo literatura popular, y por tanto su lectura no da lugar a especiales problemas de comprensión, aunque a más de un lector pueda confundir en un principio por lo poco habitual de su propuesta.

Y siguiendo con el lenguaje, Sapkowski revoluciona en este aspecto el género, pues es partidario de utilizar un enfoque actual, directo, que poco o nada tiene que ver con los grandes clásicos; la alusión no es gratuita, habida cuenta que su nombre empieza a ser equiparado a la labor llevada a cabo en los cuarenta del siglo pasado por J.R.R.Tolkien, comparación que en mi opinión sólo se reduce a su magna (tiempo al tiempo) contribución al género. Cierto que leer a Sapkowski pasa por visitar un mundo que, en cierto sentido, recuerda al del Señor de los Anillos (presencia de elfos, enanos y demás mandangas) pero desde mi punto de vista diría que me recuerda mucho más a la Europa del medievo y época moderna, acaso pasándolo por el tamiz de la historia eslava, ámbito del que Sapkowski parece ser todo un entendido y que, dicen por ahí, se pone de manifiesto en una trilogía a caballo entre el género histórico y el fantástico que tiene como escenario las guerras husitas del XV. Por otro lado, la saga de Geralt de Rivia se halla impregnada de un evidente materialismo que se contrapone, abiertamente, al maniqueísmo cristiano de Tolkien y derivados, obsesionados con el sempiterno enfrentamiento entre los conceptos del Bien y del Mal.

Pero dejémonos de comparaciones odiosas que no vienen a cuento de nada y retomemos el hilo de la aquella cara de gilipollas que os decía se dibujó en mi rostro..

Si en The Last Wish Geralt, nuestro “brujo cazador de monstruos” (jojo, no es genial?), apenas era una excusa para presentar una reinterpretación de cuentos de la literatura clásica infantil, en La espada del destino Sapkowski empieza a desarrollar el personaje, aspecto éste que apenas se esbozaba en el primer libro. Geralt sobrepasa así esa faceta de mera espada al servicio del débil (generalmente por un precio) para dejar traslucir los conflictos emocionales (y ocasionalmente, éticos) que no sólo debiera haber dejado atrás, en función de un proceso formativo del que apenas se habla pero que se intuye terrible, sino que le acompañan en todo momento en su vagabundeo. Esa chispa de humanidad que se agita cuando no se revuelve furiosamente en su interior se contrapone a la idea que Geralt tiene de sí mismo, pues se cree diferente respecto a los demás. Motivos no le faltan, pues su aprendizaje le reportó una serie de efectos secundarios necesarios que ponen en evidencia su singularidad, atributos que hasta cierto punto y quizás pecando de exageración podrían ser asimilables a los que podría poseer alguno de los monstruos a los que da caza. Sí, la situación de Geralt no es envidiable, y ante ella pocas salidas caben esperarse siendo acaso la soledad auto-impuesta la más cabal (lo cual no quita que nuestro protagonista disfrute de la compañía ocasional de algún paria de la sociedad, o lo que es lo mismo, el juglar nómada o el elfo condenado a desaparecer en un mundo donde el hombre parece dispuesto a erradicar cualquier forma de vida o costumbre que desafíe su sistema de valores).

Puede dar la impresión que la lectura de esta Espada del destino no es amable. En efecto, la visión que ofrece de Geralt dista mucho de la presentación llevada a cabo en el primer libro, estando esta última teñida por la desesperanza, la nostalgia y la tristeza, centrándose sobre todo en sus aventuras (y sobre todo, desventuras) amorosas, a la par que le sitúa entre las rémoras de un mundo antiguo cuyos días están contados ante el avance imparable de una humanidad que no repara en obstáculo alguno para asegurar su posición preeminente en el esquema natural de las cosas. Y volviendo al tema de los líos de faldas de Geralt, una de las novedades de este libro es la profundidad con que se ahonda en el personaje de Yennefer de Vengenberg, la hechicera en la que Geralt encuentra no sólo un igual sino también un amor que arrastrará inmisericordemente a nuestro brujo, desde la cúspide del éxtasis a insondables simas de locura y desesperación. Pero Yen (provoquémosla usando el diminutivo) no resta como único personaje femenino de peso, a la par que hábil contrapunto a la figura del brujo. Aquí Sapkowski se desvela como un maestro de la caracterización, capaz de conmover al lector con personajes apenas abocetados, tales como la trovadora Essi Daven.

Ahora bien, no sólo de tragedia se alimenta el lector de esta saga, pues la alternancia entre drama y comedia es una constante, y este segundo libro no podía ser una excepción. Fuego eterno, el tercer relato, es un claro ejemplo de ello, y uno de los mejores añadiría (no os extrañéis si no podéis parar de reir al leerlo).

En fin, una excelente y conmovedora continuación para una saga que adquiere consistencia y que deja con ganas de no leer sino devorar el tercer libro, La sangre de los elfos.


Porque hay gente que sí sabe hacer reseñas (y no como el menda). Clicka aquí para satisfacer tu curiosidad o encontrar otro motivo para leer a Sapkowski.